miércoles, 1 de diciembre de 2010

Pacto de Villa


Esto lo encontre en la web se me hace interesante y pongo el autor.


Cuando Celaya, a inicios de 1915, estuvo ocupada por el ejército del Norte, es decir, por las fuerzas villistas, infinidad de historias y leyendas circulaban en los campos, calles, mesones y cantinas, muchas de ellas en torno de Francisco Villa y su famosa División del Norte. Una de ellas, contada una y mil veces, narraba cómo Villa había adquirido su calidad de imbatible.
La figura de Pancho Villa generó un sin número de leyendas.
Cuando inició la Revolución, Villa, en su calidad de cuatrero se sumó a Francisco I. Madero, en toda esta etapa no tuvo trascendencia alguna, no pasaba de ser un soldado más, un simple segundón, era rechazado por su condición humilde, que algunos flemáticos militares veían como miserable… esa era su posición, precaria, en el ejército revolucionario… incluso, a mediados de 1912, Victoriano Huerta, su jefe militar directo, sin motivo alguno, lo quiere fusilar, cosa que no logra gracias a la intervención de Emilio y Raúl Madero. Frustrados sus planes, lo encarcela, para justificar el acto, le inventa algunos delitos. Como colofón a esta triste situación, el presidente Francisco I. Madero, no podía ¿o no quería? hacer algo por él…
En la cárcel pasa alrededor de seis meses, tiempo que aprovecha, dicen algunos que para aprender a leer y escribir, otros cuentan que precariamente lo hacía, que sólo lo perfeccionó, lo que sí es seguro es que aprende a escribir a máquina.
A finales de ese año, el 26 de diciembre, Pancho Villa se fuga de su prisión en el tristemente célebre palacio negro de Lecumberri, aquí es donde comienza esta fabulosa leyenda…
Fuera de la cárcel, abordó un coche que lo llevaría a Toluca, de allí se dirigió a Guadalajara, en su camino a la Perla tapatía, se detuvo en Celaya donde hizo migas con un tal Figueroa, dueño de una casa de huéspedes. Al calor de la noche y en una sabrosa plática, surgió una vieja leyenda celayense llamada “Los pactados”, la cual señala que hace mucho, mucho tiempo, tres muchachos buscaron al Diablo para hacer un pacto; querían que el maligno les dieran el don de torear; así, se dieron a la tarea de buscar su morada y la encontraron, hicieron el pacto y se volvieron grandes estrellas del toreo, Villa, sumamente interesado preguntó por el lugar de la residencia del demonio, no se sabe que le respondió el tal Figueroa… el caso es que después de esto, cuando Villa volvió a aparecer en público, lo hizo muy cambiado, era el mismo pero parecía diferente, ya no andaba como segundón, ahora brillaba como primera figura, empezó a organizar hombres en torno de él, que fielmente lo seguían y empezó a tener grandes éxitos militares, mucho más que algunos flemáticos militares de carrera… ¿a qué se debía ese asombroso cambio?
Cuando mataron a Madero, Villa, al igual que Obregón y Carranza, se levantó en contra del asesino Huerta, el mismo que lo encarceló y un día quería fusilarlo. Es cierto que hubo infinidad de acciones, pero lo que determinó la caída de Victoriano Huerta, fueron las acciones y triunfos militares de Villa, técnicamente, Villa derrotó a Huerta…
Con esta aureola Villa se presentaba en Celaya ¿qué había ocurrido para que Villa de ser un don nadie, un segundón, pasara a ser un gran general?…
Los celeyenses recordaban la vieja historia de los toreros Francisco Rodríguez, Juan Alvarado y Miguel Yánez, que siendo toreros mediocres, después de pactar con el Diablo se convirtieron en auténticas y grandes figuras… los recuerdos se agolpaban y volvían a presentarse en la ciudad, la tradición era demasiado fuerte, incluso, este incidente quedó testimoniado en los archivos de la Inquisición:
“Francisco García, vecino desta villa Salaya y vive junto al pueblo de San Juan, jurisdicción desta villa, dixo que hablando y conversando este declarante con Francisco Rodríguez, mestizo, hijo de Sebastián Rodríguez, difunto, le contó el dicho Francisco Rodríguez a este declarante que avía estado la tierra adentro en Guadiana, delante de Zacatecas, y que él y un fulano Yánez y otro Juan de Alvarado, mestizo, avían entrado a una cueva, donde vieron los dichos que estaba asentado en una silla dorada el demonio en figura de mulato negro gordo, y y que salió un toro negro para que lo toreasen los susodichos Rodríguez y Miguel Yánez, Alvarado, ya difunto; y después de aver toreado el dicho toro, salió una mula negra ensillada y enfrenada con guarniciones negras y un palo negro para darle de garrotazos a la dicha mula; y que el dicho Francisco Rodríguez subió en la dicha mula y que concorveaba mucho, y que no puedo derribar al dicho Francisco Rodríguez; y el dicho Juan de Alvarado le avía dicho al Francisco Rodríguez: mira, que cuando entremos en la cueva, no mireyes a un lado ni a otro, aunque os llamen, no volváys la cara atrás; y que aviéndose apeado, el dicho Francisco Rodríguez se puso delante del demonio llamándole de señor, y el demonio le dixo al dicho Francisco Rodríguez que pidiese lo que quisiese; y el dicho Francisco Rodríguez le dixo al demonio que le diese con que las mujeres le quisiesen; y que estuvieron cada uno nueve días en la dicha cueva aprendiendo, y al cabo de dicho tiempo, salieron el dicho Francisco Rodríguez y el dicho Miguel Yánez, que es natural de la villa de San Miguel, y que el dicho Juan de Alvarado se quedó en la dicha cueva; y que estando el dicho Francisco Rodríguez en la cueva, al cabo de los nueve días, que el demonio les dixo que el dicho Miguel Yánez y el dicho Francisco Rodríguez le avían de hazer una escritura, el dicho Miguel Yánez por siete años, el Francisco Rodríguez la hizo por dos años y el otro por siete; y para hazer las escritura, el demonio les sangró a ambos y les sacó sangre de sus mesmos brazos, y escrivió con ella en un papel; y que estando en esas cosas, salió una persona en figura de mujer, vestida toda de negro, con un copete y la cara blanca, y ellos, viendo esto, se salieron; y que los llamaban a una parte y a otra, no volvían, por lo que les avía avisado el dicho Juan de Alvarado; y que viniéndose el dicho Francisco Rodríguez y el dicho Miguel Yánez para sus casas, de vuelta de Guadiana, cerca de Zacatecas les salió al camino al encuentro un hombre muy bizarro en un caballo morzillo, y viéndolos, les habló y preguntó dónde iban, los cuales jijeron iban a su tierra, porque avía mucho tiempo no avían estado en ella; y el dicho hombre les dixo que se quedasen con él y le sirviesen un año que él se lo pagaría muy bien, y que tenía unas estancias de ganado mayor de yeguas y vacas; y ellos se fueron con él, entiendo ser verdad, y los llevó por una tierra muy áspera y unos peñascales; y el dicho Francisco Rodríguez le dixo al dicho Miguel Yánez: ¡Válgame Dios!, ¡no es tierra ésta de estancias! y diziendo y mentando el nombre de Dios, desapareció el dicho hombre con su caballo, y los susodichos se volvieron por donde avían ido…” (Testimonio de Francisco García. AGN, Inquisición, vol. 278, f. 520).
La historia de Pancho Villa y su pacto con el demonio, se contaba de la siguiente manera:
“Al norte de San Juan del Río (en Chihuahua no en Querétaro), frente al rancho Menores de Abajo, existe una eminencia natural, en forma de cofre donde viven magos, hechiceros, brujos y el Diablo mismo, a quien dando promesa de entregarle el alma a la hora de la muerte, proporciona la gracia que se le pide, mediante una yerbita religiosa que se toma. Y por eso, los jóvenes de la región son, unos, famosos tahúres que nunca pierden; otros, jinetes consumados; otros, afortunados conquistadores de mujeres; otros, invencibles en la riñas; otros, mercaderes en perpetua bonanza. Villa también fue a la entraña del monte e hizo pacto con el Bajísimo; y lo que le pidió para toda su vida, en cambio de su ánima, fue ser valiente y tener mando de gente. El Diablo estaba acompañado de militares, papas, cardenales, reyes, mujeres alegres, sabios y legiones de individuos de todas razas que cantaban y reían con locura. Villa no se amedrentó con el espectáculo infernal, y se libró con inteligencia de los perros de siete colores y de los chivos pintos que pretendían detenerlo. Con toda calma hizo el convenio con Satanás y tuvo su don. Para entrar al castillo, que se encuentra dentro de la altura, no se debe llevar rosario, ni reliquias de santos, ni pensar en Dios. Es necesario maldecir, echar vigas y renegar de la Santísima Trinidad” (versión de José Montes de Oca).
Al conocer esta leyenda, los celayenses no dejaban de pensar en las similitudes y estaban convencidos de que Villa había encontrado la guarida del Demonio y consecuentemente había obtenido su “don”, pero, cómo lo hizo… nadie lo sabe ¿sería por su amplio conocimiento del suelo norteño, por su increíble necesidad, por qué no le importaba su alma o por las señas que le había dado el tal Figueroa?… el caso es que era un Francisco Villa muy diferente al que un día, hace dos años y medio, se había presentado en Celaya.

Miguel Ángel Sánchez M.
Celaya, Gto.

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