martes, 3 de agosto de 2010

NO VEO YA



No veo ya pasar las aves que emigran hacia el sur, no veo ya el arroyo de la toma del agua donde me iba a bañar cuando era niño, no veo ya el tren llegar a la estación con todo el bullicio de la gente que sube y baja, los vendedores vendiendo obleas, bolitas de leche, cajeta y charamuscas, no veo ya a niños jugando en la calle sin que a su lado estén los padres rezando para que no los secuestren, no veo ya la ciudad transparente con sus dos volcanes al fondo, no veo ya la amabilidad en los habitantes nadie da los buenos días ni las buenas tardes, no veo ya la humanidad entre los que conviven diariamente, no veo ya llover y que la tierra huela, no veo ya la neblina húmeda que sale con el roció como si las nubes bajaran a descansar al nivel del piso, no veo ya a los niños y jóvenes de la luz y el calor de una lumbrada como le decíamos a las fogatas hechas en los días de fiesta. no veo ya que la gente viva como antes.
Foto tomada en la playa de Guayabitos nayarit México.

2 comentarios:

  1. Sublime post: el tiempo ido, que añoramos y no volverá, pero nos queda la memoria para hacerlo presente, para reconstruirlo y compartir nuestras nostalgias. La región transparente se fue, lacerando nuestro corazón.

    El post, me evoca al escritor uruguayo Eduardo Galeano. En verdad son hermosas tus letras, huelen a nardos.

    Besos, Monique.

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  2. Adiós a los niños

    El niño viene caminando de la mano con su padre al colegio. Hace frío, y es la primera vez que descubre la magia del vaho que sale de su boca y de las bocas de todos los que caminan a esa hora por la calle. Ha tomado un buen desayuno, un pan crujiente, un queso, una fruta.
    El invierno tiene sus regalos: el hielo que cubre los parabrisas, las montañas cubiertas hasta muy abajo por una nieve que parece crema de un pastel delicioso de ver y oler y sentir que es la Tierra. Y las hojas que se han tirado un piquero de los árboles para que los niños las pisen, las hagan crujir o las miren con arrobo y las guarden adentro de un libro de cuentos que les leyeron anoche. Cómo olvidar el cuento que el papá se dio el tiempo de leerle sentado a los pies de la cama, como hoy en esta mañana fría por fuera pero calentita por dentro, en que los dos vienen riéndose de la glotonería de Hänsel y Gretel, que les jugó una mala pasada con la casa de mazapán y chocolate que usaba la bruja como trampa.
    Cuando termine el tan anunciado día, ya no habrá niños sobre la Tierra. Una nueva raza de adictos a todo tipo de juguetes y golosinas de última generación reemplazará a los niños que jugaban a hacer crujir las hojas, a leer cuentos legendarios, a cantar canciones y a imaginar figuras en las nubes. Una vez anestesiado el aburrimiento, muere la infancia. La infancia que crea, inventa, sueña, la que se deleita y asombra con lo mínimo, lo que está a la mano, lo que florece en la sencillez y la carencia. Ahora todo sobrará, hasta los padres, el amor, la música del viento, la palabra humeante y necesaria. Ya no bastó con que muriera Dios hace siglos, asesinado por la incompetencia de nuestros tatarabuelos que lo mataron con sus verdades viejas, gastadas e hipócritas. A nosotros nos estaba reservado un crimen más alevoso aún: el asesinato de la infancia.


    P.D. amigo te dejo este artículo de un escritor chileno Cristián Warnken, que una amiga publicó en su espacio, pues me recordó en algo a tu escrito, besos, Monique.

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